1/23/2013

Ahí fuimos multitudes Lectura de lecturas para irreverentes lectores
-Crónica de lecturas nocturnas en Casona DADA San Vicente, en el marco del Festival Internacional de Poesía de Córdoba 2013-.

Por Flor Lopez

No llueve ni va a llover. Alguien nos cuenta por un micrófono que hizo una cruz de sal para prevenirnos y todos aplaudimos contentos, borrachos, agraciados, gozosos. El cielo no se ha despejado por el contrario, permanece en un estado inexacto entre un color rosa que se desparrama en espacios no concretos y después la otra parte del cielo, que está en todas partes.
  El patio de Casona DADA en San Vicente se debate entre cervezas, cualquier tronco que podría servir de asiento –haya estado o no destinado a eso- y unas piedritas chiquitas que cubren todo el suelo. Unas piedritas que, por momentos, dan ganas de tirar para arriba a los que estamos asentados bien por debajo. Como escondidos por temor a sobresalir, temor de quietarle protagonismo al poema.
Muchos cuerpos. Uno amontonado con otro, ansiosos, ardientes. Girando la cabeza en distintos ángulos podemos ver como se juntaban, de a dos o de a tres y  así conforman una escena, pequeños planos que podrían ser el comienzo de muchas historias.
La banda se hace rogar, igual que el jueves, está esperando que nosotros estemos preparados, estemos casi listos. Están condensando un estado que sea digno para poder transitar ese arte. Entonces comienza.
Casi como un ritual, de a poco, desde el mismo escenario las personas empiezan a dejar su ocupación, girar sus cuerpos, descansar las laringes y se entregan. Es curioso percibir como el último en callarse siempre es el último de la fila.
Los colores, que habitan por todas partes junto con la música que empieza a propiciar el ambiente, la vibración necesaria para poder sentir lo que se viene. Las masas de moléculas que afloran, aflojan. Como la presa que sabe que están cerca de atraparla y ya no ofrece más resistencia. En ese juego de poder, el micrófono se lo lleva todo.
Una chica nos canta brevemente, parece escurridiza, siempre se está yendo, pero nos queda retumbando una voz finita, exacta. Solamente con una guitarra transita nuestra vibración. Somos aire, fresco como el que nos rodea.
Sigue sobrevolando mucha integridad y respeto, además de silencio. Otra más, más música y luego el poema.
El poema que es dicho por muchas voces, por muchas bocas que se animan y se suben al escenario, el poema reencarnado en cada sílaba. A través de un mail desde Buenos Aires, desde Rosario, desde alguna hermosa casa, con terraza y alegría de Córdoba, el poema llega y se hace carne, se hace parte. Aceptamos la invitación nos deslizamos, no nos queda remedio. Remedio, remedio para la cura que sentimos en la prosa. El texto, atrás de aquella tremenda presentación que es la literatura baja sus decibeles para tocarnos el espíritu.
Las cervezas hacen lo suyo.
Todo absolutamente todo parece estar en grata compañía. Y lo que no, bien supo disimularlo. Ahora una banda con otros aires hace una interacción osada y eso decreta el final y el comienzo de algo. Como todo cierre, como toda apertura encarnando su opuesto binario que lo deja ser. La banda se lleva todos los aplausos, el resto de la euforia que quedaba a esas horas de la noche. Ya por la 1, inicia el último momento del ritual.
Entonces, nos alertan de un tren azul que avanza, no sabemos sobre qué, intuimos que también sobre nosotros. Hay unas lágrimas, claro que sí. Inclusive de quién reporta. Por qué atrás del poema también hay algo que se le parece a la práctica de la magia, que dicen es pura emoción. Hay un tren azul que avanza por nuestra sangre y a su vez avanzamos con él, nos deslizamos en él. Más y más simpleza de una isla que también es el poema. Por último, la sutileza de lo elíptico insistió en cerrar la noche y aunque estuvo de pelos no nos quedamos con ganas de más.
Todo es y fue completo. Una frecuencia absoluta, vibrante y válida por si misma que finalizó cuando en la cama pegamos uno dos o varios ojos para dormir.

No hay comentarios: